Empieza el día bien temprano, como los anteriores, sobre las 7.
Pero hoy un poco más cansada y más desilusionada por las novedades de ayer. No veo la hora de llegar al campamento, quiero saber si nuestra gente también ha sufrido desalojo.
Pero hoy un poco más cansada y más desilusionada por las novedades de ayer. No veo la hora de llegar al campamento, quiero saber si nuestra gente también ha sufrido desalojo.
En particular busco a Tayyab, un refugiado pakistaní que me ayudó durante toda mi estancia en el campamento, tanto en mis tareas como haciendo de traductor cuando necesitaba comunicarme con otras personas que no hablaban inglés. Por suerte lo encuentro enseguida, me siento aliviada y enseguida le pido que nos hagamos una foto. Acá les dejo algunas, Tayyab nunca pierde la sonrisa y contagia buena energía.
Mientras espero la asignación de tareas, se acerca un coordinador buscando fotógrafos, por supuesto me ofrezco.
La tarea consiste en montar un puesto de registro de todos los refugiados de nuestro campamento que llegaron a la isla antes del día 20, día que entra en vigor el acuerdo UE-Turquía.
Desde la coordinación se tiene la esperanza de que este registro sirva para que esta gente no sea deportada, pueda pedir asilo, y no se les apliquen las nuevas medidas.
Se coloca una mesa con tres portátiles y tres voluntarios, cada uno con un fotógrafo detrás. Se toma nota de los datos de cada persona y le hacemos una foto.
En este momento hay unas 600 personas en el campamento. Es un trabajo bastante prolongado, se dificulta aún más cuando los refugiados no hablan inglés. Tayyab se ofrece de voluntario traductor en mi puesto.
Algunas personas ni siquiera conocen su fecha de nacimiento. Muchos menores sin acompañamiento adulto. Muchas personas con lesiones de violencia terrorista.
Muchas fotos de mirada intensa, que nos cuestionan, y a las que no tenemos respuesta coherente que darles.
Cuando llevamos unos 160 registros, un coordinador se acerca y nos pide que suspendamos el registro.
Hay algunos momentos de confusión, hasta que nos comunican que la Policía ha pedido que “Better Days for Moria” entregue a 150 refugiados, en calidad de detenidos, o entrarían ellos al campamento y harían una redada para llevarse a ese número de personas. Tres camiones antidisturbios esperan fuera.
Los voluntarios explican la situación a los refugiados, les dicen que hay dos opciones. La primera, acceder a ir al campo oficial voluntariamente. Después de ahí, no se sabe que va a pasar con ellos. Si van a Kavala, como parece que están trasladando a todos, no sabemos si les internarán en centros o serán deportados directamente a Turquía.
La otra opción que se les plantea es no ir, es quedarse en el centro.
Con mucha frustración los voluntarios explican que nosotros no les estamos echando, pero desgraciadamente no podemos actuar ante la policía.
Los refugiados ya registrados deciden presentarse como voluntarios, para que la policía no entre en el campo, no quieren generar violencia, no quieren que refugiados y voluntarios pasemos por esa experiencia. También lo hacen para que los que aún no están registrados tengan la posibilidad de hacerlo.
Estas 150 personas que lo dejaron todo y ahora ven su sacrificio frustrado, sus posibilidades truncadas, el final de una esperanza, forman fila de la manera más pacífica, para ser ingresados al campamento oficial de Moria, que en ese mismo momento está siendo convertido en un centro de detención.
La despedida es muy dura, la fila se llena de abrazos, lágrimas y muchas sonrisas de agradecimiento a los voluntarios.
Los acompañamos hasta la entrada al centro de detención, con el objetivo empañado hago varias fotos.
Dejo de hacerlas cuando se despide de mí uno de los refugiados más alegre que he conocido en el campamento, traductor y organizador de las protestas, con un apretón de manos. “Thank you for everything. We love you, volunteers”. Me resulta imposible contener la emoción.
Volver al campamento se me hace tan difícil, me meto en el baño a llorar, no quiero que el resto de la gente me vea así.
Los que todavía no se han ido saben que les espera el mismo destino.
Pero no lloran, no se quejan, no protestan, en su lugar deciden pasar el resto del tiempo que les queda en el campamento disfrutando con los voluntarios, hasta que llegue el momento de decir adiós.
Pero no lloran, no se quejan, no protestan, en su lugar deciden pasar el resto del tiempo que les queda en el campamento disfrutando con los voluntarios, hasta que llegue el momento de decir adiós.
Seguimos con el registro de los que quedan.
Aparecen voluntarios del campamento oficial con noticias.
Han echado a todas las ONG y voluntarios que trabajan dentro. Desde hoy el campamento se convierte en centro de detención. Todo está gestionado por la policía griega. Los refugiados ya no pueden entrar y salir libremente del centro. Muchos lo hacían para comprar cosas que les hacían falta y no les podían proporcionar los voluntarios, otras veces salían a cargar sus móviles, comprar tarjetas para hablar con sus familias en sus países de origen o en Europa.
Están oficialmente detenidos.
Están oficialmente detenidos.
La comida es insuficiente, por lo que mucha gente del campamento oficial venía al nuestro a comer. A otros los voluntarios de dentro les proporcionaban comida. Ya no es posible ni lo uno ni lo otro.
Tampoco se les proporciona información sobre su futuro.
Ni siquiera hay colchones o mantas para todos y muchos deben dormir hacinados en el suelo.
Duele tanto conocer esta realidad, más sabiendo que nuestro campamento, totalmente autogestionado había conseguido que ninguna persona tuviera que pasar por ese tipo de penurias.
Injusticia, rabia, impotencia, indignación, tristeza.
Me despido de Tayyab, lamentando no poder hacer más por el que darle a él y su compañero algo del dinero que recaudé y que me queda después de lo que he ido comprando. Lo va a necesitar. Se niega a recibirlo, no quiere dinero, me pide ayuda para salir de Lesbos.
Me pide lo que no puedo darle.
No tengo palabras para explicarle todo esto, no puedo entenderlo, menos podré hacer que lo entiendan quienes lo sufren.
Insisto con el dinero hasta que se lo queda, se lo pido por favor, que no me deje sin poder hacer lo único que puedo por él.
Nos despedimos con un largo abrazo, no sé si mañana volveré a verlo o esta es la despedida definitiva.